Breve apunte sobre el ejercicio filosófico cotidiano (una invitación)

La filosofía suele considerarse una disciplina sin sentido práctico. Cuando me preguntan a qué me dedico hago la aclaración pertinente de si quiere una respuesta práctica o una más existencial. La práctica suele ser la respuesta sobre lo que hago para ganarme la vida, en mi caso, editor de libros. La segunda suele ser más compleja, pues es la respuesta existencial: “me dedico a pensar”. Suena romántico, pero no me importa.

¿A poco alguien puede dedicarse a pensar? ¿Que no es una pregunta sinsentido?

Prácticamente sí, pero existencialmente no. Lo práctico suele ser acción. La paradoja es que el pensamiento también es acción. Pero la gran mayoría de las personas suelen creer que el pensamiento no es acción sino meramente distracción o una pérdida de tiempo. Pues relacionan la acción, lo práctico, al movimiento del cuerpo, al hacer algo con las manos, corporalmente, lo contrario a la pasividad. Recuerdo una anécdota contada por Descartes en su Discurso del método, que sentado en la chimenea descubre el hilo de su pensamiento. Alguno podría haberlo tachado de loco o, en el peor de los casos, de holgazán, pues aparentemente no hacía nada. Sin embargo, en esos momentos de aparente pasividad, su cerebro gastaba una increíble cantidad de energía. Igualmente a Kant en sus últimos años se le veía cansado y no es que se dedicara a labores corporalmente fatigosas sino que ese cansancio venía del pensamiento, pues se había dedicado a exprimir sus neuronas tratando de explicar el mundo.

Ahora quisiera pasar a la materia de este escrito: el trabajo filosófico interno. Quien quiera dedicarse internamente a la filosofía, es decir, a esa labor pensante en la vida cotidiana, el ejercicio suele ser un poco trabajoso al principio. Pero la cuestión es que todo el tiempo se puede lograr pensar. La cuestión es plantarse la idea y después viene la dedicación. Uno puede estar trabajando en la profesión que se desee, lavando ropa, ir caminando, cargando cosas, esperar el transporte público o haciendo los quehaceres cotidianos, y al mismo tiempo dedicarse a la filosofía y pensar los problemas más complejos que puedan imaginarse.

Unos ejercicios de interiorización pueden ser los siguientes:

  1. Plantearnos una pregunta

  2. Buscar una posible o algunas posibles respuestas

  3. Investigar y confrontar esas respuestas con algún libro de filosofía, ya sea de un autor o autora que nos mueva

  4. Seguir sin perder la disciplina del pensamiento sobre las posibles intuiciones que hayamos aprendido durante el ejercicio del punto anterior

  5. Escribir el hilo conductor del pensamiento de los puntos anteriores (importantísimo)

El punto último suele ser el más complejo, pues el pensamiento se ve comprometido con la lentitud con que uno escriba. Sin embargo, hay que ejercer el deber de plasmar con la pluma o el lápiz (la era digital suele facilitar mucho el trabajo, pues existen herramientas de ayuda) lo que nuestro pensamiento va comprendiendo, ya sea algún punto problemático, nuestras propias dudas, citas textuales de lo leído, etcétera. ¿Por qué digo que este último paso es importante? Por su complejidad. Isidoro Reguera, uno de los traductores filosóficos más importantes de la actualidad, ha argumentado que el lenguaje y el pensamiento son una misma cosa, he ahí su difícil camino, ya que al pensar lo hacemos a través de un código lingüístico. El pensamiento busca un medio para salir de sí, para darse a conocer, para debatir y discutir, para confrontarse con otro pensamiento. Aunque fastidie un poco el asunto de la escritura, el pensamiento tiene que ser escrito o de lo contrario se bifurca, se pierde, se entorpece.

Espero y sean de ayuda estos ejercicios propuestos para dedicarse a la filosofía en lo cotidiano. Suele ser ardua labor al principio, pero con suficiente voluntad y un poco de disciplina se puede lograr bastante. Ejemplos de ello existen muchos. Filosofemos y perdamos el miedo a pensar.

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