Mi defensa de la filosofía

No se aprende filosofía,

se aprende a filosofar

Kant

Hablaré en primera persona para expresar lo que es filosofía desde mi humilde opinión. También lo haré de este modo para ser más claro y sentirme más cómodo y más atrevido al exponer lo que creo que es filosofía. Empiezo con una pregunta crucial, ¿qué es filosofía?

La misma palabra es compleja o se ha hecho compleja conforme pasan los años y los individuos piensan. Pero prefiero comprenderla como amor a la sabiduría y no la sabiduría misma, ya que eso viene después. El amor a la sabiduría, desde mi punto de vista es lo primero, de ahí parte la filosofía y de ahí quiero partir yo. No un amor adolescente ni incapaz sino algo maduro, comprometido y accesible a todos lo dijo en algún momento Roberto Falla. Por amor entiendo un extremismo claro y directo, es decir, al referirme al amor lo hago teniendo en mente un arrebato completo y total, no utilitario ni instrumental (Horkheimer), tampoco algo que esté al alcance de mi mano cuando más falta me haga. No. Cuando hablo de amor a la sabiduría lo hago real y total. En fin, quiero vivir para la filosofía, no vivir de ella (Schopenhauer).

A lo largo del tiempo han existido personas que han hecho esto mismo. Desde aquellos primeros filósofos llamados presocráticos que querían y deseaban saber el principio de las cosas, pasando por Heráclito y Parménides. Con Sócrates como “padre” de Platón y éste de Aristóteles. Personalidades diversas pero de gran sentido de lo real y del origen de las cosas. Desde un San Agustín con búsqueda incansable de la verdad y junto con él santo Tomás de Aquino como gran sintetizador y conciliador, luego con un Descartes que resolvería de otro modo las cosas y haría filosofía. Con Hume a la cabeza del empirismo, con Kant que cambiaría el modo de hacer filosofía y de pensar las cosas. Una larga tradición de pensamiento que se retroalimenta y se nutre uno de otro. Intentos permanentes de conocer qué es lo real y cómo lo captamos. Estos y otros, como Husserl y Zubiri, dan pistas e intuyen problemas para captar justamente lo real. Todos ellos han amado a la filosofía y se han ocupado de ella y vivido para ella.

Por tanto filosofía para mí es también un comprender lo real y un “estar” sin olvidar el pasado ni cerrarse a la esperanza del futuro, pero esperanza que no veré y sí pensaré. De ahí que perciba la filosofía como un diálogo con otros que han hecho filosofía. Diálogo vivo entre un yo y un tú, entre un yo con el mundo (Buber), diálogo vivo que no se acabe ni perezca en un sinsentido ni en un cansancio de parte de la misma humanidad. Esto por dos razones primordiales. La primera porque el diálogo debe ser entre dos o más y no entre un solo personaje, lo cual sería un egoísmo regulador de todo y no sería filosofía. La segunda razón porque al mantener un diálogo vivo entre dos o más hombres se llegará, tarde o temprano, con dificultades o sin ellas, a una verdad que ayude a comprender algo de este mundo y de sus habitantes.

Aunado a este diálogo con los filósofos del mundo, es necesario ver el diálogo junto al desarrollo histórico de la filosofía como un proceso por el cual el pensamiento filosófico cobra sentido y en donde las intuiciones de pensadores anteriores son abarcadas por intuiciones más actuales (Copleston) y por la tradición renovadora la cual es necesario resolver. Este diálogo con la historia del pensamiento me es sugerente ya que no puedo hacer filosofía ni mucho menos comprenderla si no miro lo que otros han hecho y lo que ha sido la historia del pensamiento. De ahí que el diálogo, al lado del desarrollo histórico, sea primordial y necesario, así es, creo yo, para evitar una actitud de egocentrismo.

En este percibir la filosofía como amor a la sabiduría y como diálogo total con la historia y con la propia humanidad, me es grato tener claridad en que al hacer y percibir así la filosofía no me estoy cerrando al pasado ni mucho menos rechazando su huella. En otras palabras la apertura que da el diálogo viene a ser una característica fundamental de la filosofía porque evita el relativismo y el dogmatismo epistemológico-lingüístico. Ambas cosas que he repudiado desde mi época de literato, lo cual me ha ayudado a esa misma apertura y a una versatilidad ante las cosas, con el fin de no encerrarme en una sola postura o caer en un relativismo frente a la realidad.

Otra pregunta sugerente es la que me hago al buscar el objeto mismo de la filosofía. Es ante esta pregunta cuando se cierran o se discuten varias respuestas. Unos dirán que es el ente en cuanto ente, otros que el ser mismo, otros que el lenguaje o los hechos o las cosas que aparecen en nuestra consciencia. Sin embargo, creo que todo ello fluye hacia la verdad, hacia la propia realidad, de ahí que insista en una cosa: el objeto de la filosofía es lo real en cuanto realidad concreta y en cuanto sea percibida por la persona. Anteriormente yo reducía todo al mero lenguaje, pero me he dado cuenta que el mismo ente lingüístico es parte de un todo que es la misma realidad, lo que está frente a mí, lo que es el mundo propio en donde vivo, me muevo y existo a través de la razón, del mismo modo lo que somos con nuestros problemas reales. Esto es importante a mi entender, ya que es un objeto totalizante porque no es particular como para las demás ciencias, de ahí que en filosofía se tenga el deseo de abarcar la totalidad de las cosas por la razón, por el ejercicio del pensamiento en donde convergen tanto intuición como raciocinio y sensibilidad, cualidades de un mismo acto expresadas a través del lenguaje.

En este sentido, la importancia del lenguaje para la filosofía está en su función porque es a través del lenguaje, de los conceptos, de las palabras, de los silencios, agudos y graves como se externa eso pensado al filosofar. Las preguntas son expresadas por el lenguaje y son respondidas con lenguaje. Sin embargo, el silencio también es importante porque a través de él la claridad de una verdad, la intuición dada, se hace más profunda, total y libre. De ahí que también vea una relación entre música y filosofía, ya que la filosofía y las palabras, al igual que la música, constan de armonía, de gramática, de creatividad, de silencios, de pausas y suavidades, así como de complejidad y sencillez. Por ello me siento atrapado, contento e invitado por este tipo de saber que no busca beneficio mismo ni tampoco remuneración sino que se afana en la sinceridad y la misma verdad de lo que va conociendo y experimentando en su ser libre. Por lo tanto, el saber filosófico, como las palabras, es un saber en libertad, un pensar en libertad y que se sostiene a sí mismo por ser libre.

En este mismo sentido percibo al filosofar como sinónimo de orientar, de guiar, de alumbrar lo que es la vida frente a la realidad, frente a sí mismo y frente a los demás y así crear y encontrar cosas que den sentido a la vida. Ese mismo guiar frente a posturas univocistas-dogmatistas y equivocistas-relativistas que desvían del camino de la libertad. Aquí estoy en mutuo acuerdo con lo dicho en el texto de “La filosofía en la Universidad” (ITESO, https://bit.ly/2R6Dby0) al referirse a ese distanciamiento, a esa actitud que permite mirar y comprender el presente para atisbar nuevos rumbos en la vida, de ahí que la filosofía se tope con su lado humanizante que rebasa lo práctico, lo mero fáctico, lo mero utilitario, la confrontación del ser con el hacer, la virtud con el éxito-poder. Ese mismo perfil humanizante de la filosofía que encuentra su importancia al formar al individuo, al guiarlo, al orientarlo, al radicalizarlo, es decir, al volverlo a su raíz.

Una de las cosas gratas de la filosofía es que el punto de partida es la propia experiencia, la extrañeza, sacudida o malestar que la misma vida hace experimentar. Con esto quiero recordar a filósofos de la experiencia como lo son Descartes, Marx, Schopenhauer, Horkheimer y Derrida, por mencionar sólo algunos. Estos filósofos, aun con sus limitaciones culturales y humanas y pese a su pesimismo o a su gran esperanza, fueron personajes que reaccionaron frente a la vida, a su problemática, a su gran devenir y no se quedaron sentados frente a la chimenea sin hacer nada, no se quedaron de brazos cruzados frente a los problemas que aquejan a la humanidad en su mundo real y concreto. Al contrario, es un intento que pone nos pone frente a frente, es una búsqueda por equilibrar el mundo frente a nosotrxs, es decir, domesticar, no manipular, al mundo: “anular la distancia o desajuste que nos impiden vivir reconciliados con el mundo”, señala Ventós, y yo le añadiría anular esa distancia que impide el vivir la reconciliación entre quienes habitamos el mundo.

Un punto de vista que me causa, en el peor de los casos, coraje y fastidio es que se vea a la filosofía como un saber inservible y que en sentido peyorativo se diga que no sirve para nada porque no tiene un fin práctico. Sin embargo, reflexionando con justicia sobre este tema, digo que en esta falta de fin práctico la filosofía encuentra su importancia, su esencia, su naturaleza. Pieper lo señala diciendo que “al filosofar se sobrepasa el mundo del trabajo”. Este comentario da en el punto cardinal de la cuestión: el acto filosófico tiene una ambición más profunda, más sublime y que, al igual que el arte, comparten el mismo riesgo, aunque por diferentes caminos: el acto filosófico es una herramienta evolutiva y su meta es ayudar al hombre a sobrevivir, y en definitiva, hacernos auténticamente humanos. De nuevo el fin humanizador del filosofar que va más allá de un mero fin práctico, pero no en sentido peyorativo como en muchas ocasiones se observa. Si esto me causa coraje, lo que me causa consolación es que el acto propio de filosofar es un “obrar en libertad” (diciendo algo sobre Castoriadis), es un privilegio que nada ni nadie le puede arrebatar a la filosofía porque se acabaría con ella y para acabar con ella se debe acabar con el hombre mismo.

Otro punto que también me causa consolación de la filosofía es su cercanía con el silencio, con la contemplación de la realidad total y absoluta. Pero dicho silencio no es pasivo ni neutral. Es un silencio que busca escuchar, comprender, sentir, intuir la realidad. El silencio es apertura a lo otro, a lo diferente. Por lo tanto el filosofar en su relación con el silencio se convierte en un acto sublime y de apertura, válgame la redundancia, caracterizado en la frase de Goethe: “despojarse totalmente de toda pretensión.” Aunado a esta actitud de silencio está la actitud de la soledad, actitud que también pone al hombre frente a las cosas, frente a la realidad y evita caer en una cómoda insensibilidad. Esta soledad me es grata porque, al ponerse en sintonía con el propio silencio, ayuda a aclarar la mirada y el pensamiento y no caer, de nuevo la redundancia, en una cómoda insensibilidad, en una simplicidad frente a las cosas, en una perogrullada que, como diría Diego Gracia al hablar sobre Zubiri, hace huir de la complejidad de lo real, lo cual es un acto perezoso que lleva a un realismo ingenuo, cuyo resultado es querer cambiar el mundo desde la ceguera.

Aquí refiero a lo dicho por Josef Pieper (In defense of philosophy) sobre la imposibilidad de cambiar al mundo sin primero no saber cómo es. Surge una pregunta a propósito: ¿Cómo es posible querer cambiar, por ejemplo, el espacio cultural de una población a través de una visión capitalista y occidentalizada, sin primero conocer su mundo, su cultura, su tradición, y evitar cortar, desnaturalizadamente, su modo de vida? ¿Acaso no es lo que ha sucedido con la ciencia y la pseudofilosofía en varios momentos? Sin embargo, creo que al preguntarme más y más sobre el sentido de las cosas, del mundo, de la vida, estaré fortaleciendo y enriqueciendo la actitud filosófica en mí.

Para terminar quiero decir una cosa más: la filosofía me ha generado más preguntas que respuestas. Por ello creo que voy por el camino correcto. Y por ello creo que estoy aprendiendo a filosofar, a acercarme a las cosas con otra mirada, con una mirada amistosa y no manipuladora ni mucho menos utilitarista. Creo que el preguntar, más que obtener respuestas, es el método de la filosofía. Las respuestas en todo caso son, más bien, para el sabio. Sin embargo, creo que se debe poner en claro que las preguntas filosóficas no violentan la realidad como lo harían las de las ciencias particulares, ya que al hacer preguntas la filosofía desea comprender y no manipular. De ahí que el saber, para la filosofía, no sea un poder sobre las cosas sino un comprender, un aprehender, un conocer. Por ello me creo discípulo de Sócrates (a modo de homenaje a mi querido maestro Jorge Manzano).

Deseo acabar diciendo que todas las anteriores palabras encierran ese amor por la sabiduría, lo que el término filosofía significa para mí. Espero y no haber complejizado más lo que creo y espero no haberle faltado al respeto a la misma filosofía y a quienes se dedican a ella totalmente, ya que de ser así me causaría gran daño y causaría negatividades al mismo pensar filosófico. También deseo agregar que la filosofía no es finalista, es decir, que yo no tengo ni tendré la última palabra sobre ella y si algún día llego a creer esto, yo mismo estaré cayendo en lo que no quiero, en eso que he tratado de refutar y de objetar. Así sea.

Miguel Huerta

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