Despacio… Despacito… Sin violencia…

La realidad es considerada en conceptos. Para lograrlo, quien se dedica a filosofar debe dar un paso atrás ante el mundo, salir de la tempestad de la vida, como lo señalaba Edmund Husserl. Su invitación no es ajena al devenir de los tiempos y al momento actual ante el cual comparecemos. Al respecto, durante mi época de estudiante de filosofía uno de mis maestros preferidos nos decía que hay que parar el mundo para hacer filosofía. Su idea, aprehendida de Husserl, me fascinó desde el principio y la he alimentado para madurarla en mi propio quehacer profesional.

Parar, poner alto, detenerse, concentrarse, ir despacio. Su contrario: velocidad, rapidez, movilidad, ilimitado. Al decir “contrario” estoy señalando la actual actitud digital y que afecta a la cultura en su totalidad. No es menospreciar, rechazar o querer suprimir el logro humano por la técnica, la tecnología o lo digital. Sin embargo, quien quiera dedicarse al trabajo de pensar amerita esfuerzo, una actitud de reparar en lo acontecido. Ante ello, gran mayoría de mentes profesionales en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades suponen que el estar a la altura de los tiempos actuales es escribir y publicar velozmente, sin reparo, sin ausencia, de manera prolífica. No ataco sus ideas y su modo de proceder. Pero me parece que su metodología y su programa intelectual está inmerso en la actitud actual. A despecho de las emociones y las inquietudes por la diversidad, la multiplicidad, la innovación, la actitud ante las nuevas tecnologías, sus usos y progresos, así como la infinidad de ideas sobre la globalización, la economía planetaria, el activismo ecológico o los derechos humanos, no se salvan los argumentos actuales cuando se ven inmersos en la marabunta de la velocidad presente.

Podemos ver en este momento histórico dos modos de hacer filosofía: uno cobija la idea de Husserl, que es la representante más tradicional, y el otro se relaciona con la inmediatez y la rapidez. Dos modos distintos y audaces desde sus propuestas. Pareciera una confrontación renovada entre la risa de Demócrito y el dolor de Heráclito. La risa invoca al trabajo del filósofo feliz, de la estrella del momento, superventas cultural. El dolor, a la imagen tradicional del mismo y que da la impresión de que el trabajo filosófico es solemne, de altura, inmisericorde. Aunado a estas expresiones artísticas, podemos observar todo el aura que rodea a los filósofos famosos de todos los tiempos. En el momento presente también encontramos las dos posturas.

Por un lado, el desaliñado filósofo cultural más publicitado en la cultura: Zizek. Sumado a él encontramos al sonriente y jovial, Gabriel Markus. Contrario a estos, tenemos al solemne Habermas, al callado Chul-Han, al crítico y audaz Sloterdijk, o a la activista y pensadora feminista, Silvia Federici. Todos son fenómenos globales del pensamiento. No los conozco en persona, así que peco de subjetivismo. Sin embargo, no estoy del todo errado al decir esto. Y pese a la existencia y exigencia del mundo académico, el cual obliga a sus colegas a imprimir a la velocidad de la luz en donde se pueda, la idea husserliana frente a la velocidad se percibe en el aire.

Me es inevitable no traer a colación otra idea: la del mito de la eterna juventud. La meto en la discusión porque algo de ello está en el registro de la historia de las ideas que acá reflexiono. La razón es sencilla: el roce entre lo viejo y lo nuevo. Pero esto es tema para un próximo argumento.

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