Nietzsche: entre la memoria y el olvido en la frase “Dios ha muerto”

Introducción 

Bien se sabe que las circunstancias históricas y el contexto social en el cual se nace llenan a la humanidad de muchas ideas y visiones del mundo y de la vida. No es lo mismo pensar en el siglo V a hacerlo en el XX, o estar conceptualizando en la Grecia a hacerlo en nuestros tiempos. Las circunstancias hacen que el pensamiento cambie, retome o deseche, fortalezca y debilite las cosas. En este sentido la memoria y el olvido juegan un papel importante para nuestro pensamiento. Ambas considero que son herramientas que la evolución nos ha otorgado. Ambas son armas con las cuales nuestro cerebro viene dotado. Son como un software instalado en nuestros cerebros, instalado para comprender, recordar, retomar, analizar, entre otras funciones.  

La memoria y el olvido representan dos dimensiones del límite. La memoria retiene y el olvido desecha. Son dos modos de retroceder, uno para no seguir repitiendo el instante y el otro para no seguir lo que ha quedado. La memoria alimenta el sentido, el olvido hace surgir lo novedoso. En Nietzsche ambos elementos y conceptos juegan un papel significativo y guardan relación con una de las frases más famosas del filósofo: “Dios ha muerto”. Frase espantosa para unos, graciosa para otros y en el mayor de los casos aberrante. La memoria y el olvido son dos momentos presentes en la frase, son dos elementos que a simple vista aparecen contrarios, porque la memoria retiene y el olvido suelta. Sin embargo, para aclarar el punto al que me refiero es necesario reflexionar sobre lo siguiente: ¿Cuál es la relación de la memoria con el eterno retorno? ¿Cuál relación hay entre el olvido y la voluntad de poder? ¿Están en lucha los términos o se corresponden mutuamente en la “muerte de Dios”? Esta es la problemática que abordaré en este breve trabajo sobre Nietzsche.   

Caracterización de conceptos: memoria y olvido, eterno retorno y voluntad de poder

La memoria es para Nietzsche un concepto humano, demasiado humano, es una característica del sabio que retiene y conoce ampliamente. El olvido también lo es. Aparentemente son contrarios. Son conceptos que reflejan la espalda del otro y reflejan un estado de nuestra naturaleza. 

El eterno retorno es uno de los conceptos clave de la filosofía de Nietzsche. En Así habló Zaratustra en el relato “De la visión y enigma” (Nietzsche, 2003:227-232), Nietzsche expone la doctrina del eterno retorno. Es un concepto que puede tomarse a la ligera si se interpreta el texto superficialmente. Son elementos simbólicos los que maneja ahí. La “puerta” es el instante que ya pudo haber existido en el eterno retorno. Somos existencia existente, ya hemos existido y estamos existiendo. Este pasaje de Zaratustra es como el escenario de su tentación mayor: dejar de lado todo lo que ha dicho. El “enano” parece un doble chistoso o imitador caricaturesco de Zaratustra, pero es el “espíritu de la pesadez” encarnado, es la debilidad y tentación de Zaratustra. El “eterno retorno de lo mismo” manifiesta esa incansable existencia de la vida en sí. La calle larga y eterna que se vislumbra en el texto es la eternidad del camino. El eterno retorno es una vuelta a la calle misma, al instante en donde se encuentra Zaratustra y en donde experimenta esa visión enigmática. En un principio Zaratustra siente temor ante sus pensamientos, pero es un temor porque no comprende el eterno retorno, de ahí que la visión le aclare el panorama manifestado en su pensamiento. Sin embargo, lo realmente enigmático, aparece el enigma del pastor, es la “serpiente en la garganta”. La serpiente, al igual que el águila, representan el eterno retorno en el pensamiento de Nietzsche, entonces la serpiente en la garganta del pastor representa, en la percepción de Zaratustra, el nuevo concepto que es decible, es decir, la imagen del pastor ahogándose es el momento en que Zaratustra comprende que el eterno retorno puede ser dicho y exclamado. Es la creación de un concepto nuevo que Zaratustra ha contemplado al ver al pastor con la garganta devorada por la serpiente. Es la doctrina del eterno retorno. Zaratustra ha contemplado lo novedoso del concepto, la nueva doctrina ya manifestada en la visión. De todo ello podemos decir que el “eterno retorno” es una eliminación de la contraposición del pasado y del futuro (Fink, 2000:106), es el pasado que se abre a la posibilidad del futuro y el futuro a la estática del pasado. Es una formulación que refiere a la vida del hombre, a la posibilidad de vivir un número infinito de vidas, es el pasado posibilitante y el futuro estático.   

Sin embargo, este concepto tiene su relación con la voluntad de poder. La voluntad de poder es la contraparte a la voluntad de vida de Arthur Schopenhauer. La voluntad de poder es aceptación de la vida y no negación, es la afirmación de sí mismo, la superación de sí. La voluntad de poder sostiene las transformaciones del espíritu (camello –deber ser-, león –voluntad- y niño –creación-) (Nietzsche, 2003:53-57), en fin, es la metafísica de Nietzsche, la vida de la tierra. Su conocimiento exige el conocimiento de la muerte de Dios. Es una voluntad creadora y dadivosa. Es la afirmación de la vida, eso es. No es un deseo de dominio sino de crear y dar, no es voluntad de existir solamente sino de llegar a ser algo más que eso.  La voluntad de poder es la posibilidad de hacer pensable lo existente y crearlo del todo. Pero esa posibilidad de hacer pensar lo presente no es del todo lo último ni lo definitivo sino lo que existe para ser sobrepasado y superado (Martínez, 2003:256). Esa es la voluntad de poder. El sobrepasar el sentido y más concretamente para Nietzsche el sobrepasar los valores que nos han sido heredados. La voluntad de poder es eso mismo, una transvaloración de los valores. Un olvido de lo que ha sido y de lo que ha existido para crearlo de nuevo. Es una voluntad creadora y dadivosa. No cerrada. 

Teniendo claro los conceptos de Nietzsche que han sido comentados y aclarados, vayamos ahora a la memoria y el olvido. Para ello haré un experimento mental. Si los conceptos fueran personas, la persona llamada memoria fuera del todo madura, culta y resentida. En cambio la persona llamada olvido fuera animosa, perseverante y juvenil. Hagamos el mismo ejercicio para el eterno retorno y la voluntad de poder, conceptos clave en la filosofía de Nietzsche. 

Si el eterno retorno fuera una persona quizá fuera sabia, comprensiva con el otro, siempre iría al frente de todo lo demás, sería una persona incansable, la persona que siempre está donde mismo. En cambio la voluntad de poder sería la persona nueva, cambiante, dadivosa y no dominadora, creadora, siempre en aceptación de la vida en sentido nietzscheano. Ambas personalidades poseen rasgos positivos, pero también negativos. Por un lado son atractivas, y por otro, fastidiosas. El eterno retorno es lo unívoco y la voluntad de poder lo equívoco. El eterno retorno de lo mismo es categoría unívoca, es decir, es un concepto preponderante e inabarcable. La voluntad de poder es plural, corresponde a la dimensión del multi-sentido de la vida, de la creación múltiple de lo nuevo. En otras palabras son conceptos metafísicos que transgreden en sí mismo el lenguaje. Son memoria y olvido a la vez, ambos conceptos encierran lo uno como lo otro. 

La memoria es una facultad y capacidad de toda persona. En este caso la memoria juega un papel importante en la identidad de la persona. Es justo decir que ñla memoria encierra ese fenómeno que llamamos conciencia. En otras palabras la memoria es la base de nuestra personalidad. Somos lo que hacemos, lo que decimos, lo que nos pasa. Somos en cada momento la memoria de nosotros mismos. La memoria retiene lo que somos. Es el sentido que se vislumbra ahí mismo. El sentido de lo que somos y a lo que nos referimos. El sentido de lo que hemos experimentado en la vida y en nuestra existencia humana. 

El olvido es para Nietzsche una contracara pasiva de la memoria. El olvido aparece considerado más bien como una facultad por sí misma, una facultad activa y no un desperfecto. No es falla de la memoria sino que cumple una función propia y necesaria para la vida: “Toda acción exige el olvido, como todo organismo tiene necesidad, no solo de la luz, sino también de la oscuridad… es absolutamente imposible vivir sin olvidar” (Nietzsche, 1932: 8). Si bien, como vimos, resulta sumamente difícil hablar del olvido sin hablar de la memoria y viceversa, esta dificultad no se debe al hecho de que ambos sean aspectos de una misma realidad sino que ambos son parte de un mecanismo del ser humano que refiere a algo más, ese algo más son el eterno retorno y la voluntad de poder en la frase que hemos enunciado de Nietzsche. 

Lo que ha muerto en Nietzsche

La frase de Nietzsche es tremenda. Dios ha muerto y hay que olvidarnos de él. Darle otro significado a esa muerte. En la frase se vislumbra al mismo tiempo el olvido del ser, lo cual es algo que atañe a nuestra memoria pues da sentido y significado a la misma existencia (Heidegger, 2010: 195; 198).  La famosa frase de Nietzsche puede tener múltiples interpretaciones, la más literal refiere a la muerte de Dios tal cual, el ente cristiano creador de todo cuanto hay, no creo que Nietzsche haya sido tan ingenuo cuando se sabe que Dios ya ha muerto crucificado y ahí sigue igual. Hay otra interpretación que me parece más consistente filosóficamente y que refiere a la muerte del sentido, a la supresión total de otra cosa que nos ha venido rigiendo y normando como humanidad. Yo me baso más en esta segunda interpretación. Para mí la frase es el principio del nihilismo plenamente activo, es decir, lo que permite la creación de nuevos valores. No es una postura atea sino más bien una postura hermenéutica. Si ha muerto el horizonte sobre el cual nos sentíamos seguros, ahora hay que retomar lo que ha quedado y darle un nuevo valor y significado (Nietzsche, 2003:31-49). La “muerte de Dios” es la supresión del horizonte occidental. La muerte es acabar, suprimir, finalizar, extinguir, olvidar, etc., verbos que representan un cambio de sentido verbal. Dirá Heidegger que son dos milenios de historia de occidente a los que Nietzsche refiere (Heidegger, 2010:189). De ahí que Dios represente lo trascendental de las ideas, aquello que está lejos muy lejos. El horizonte epistemológico creado por el platonismo y absolutizado por Hegel. Las ideas reguladoras de la humanidad y el saber absoluto. La frase es tremenda pero aleccionadora, es una frase poderosa que acaba también con una idea poderosa: el fin de los valores superiores y absolutos. Es el olvido del ser como anteriormente señalé.

Nietzsche tiene un proyecto fenomenal. En la muerte de Dios, el olvido y la memoria se tocan y abrazan. En ese regreso a lo dionisiaco, en la importancia de la historia, en la transformación de valores, de crear un lenguaje novedoso para vivir en el mundo después de llegar a lo absoluto, en toda esa fase del pensamiento, de principio a fin, el filósofo recurre a lo que la civilización ha desechado, por x o y, por el contexto, por la relación entre las cosas, por el mismo surgimiento de la filosofía y la decadencia del pensamiento. 

La memoria en Nietzsche surge desde El origen de la tragedia. En el libro se está constantemente regresando a Grecia y a un olvido de sí. Dionisos representa esa memoria y a la vez ese olvido, pero el olvido de sí. A quien hay que olvidar es al Apolo que todos llevamos dentro. El olvido consiste en eso mismo. No en otro sentido Nietzsche recurre al recuerdo de Grecia, al recuerdo de aquella época trágica que dio fundamento y validez a todo. Sin embargo, la luz de Grecia se ha perdido, ahora nos queda solamente el recuerdo de eso que se era antes. 

Veo en ello que la memoria y el olvido no se sustituyen o se contraponen. Más bien se retroalimentan. Mientras se quiere recordar a Dionisos, se debe olvidar a Apolo. Hay que regresar a la vida, al punto esencial de la vida. La memoria es eso mismo. La transvaloración de valores representada en la voluntad de poder es recurrir a la memoria y el olvido. Es transgredir los valores y crear otros nuevos. Incluso hasta los mismos conceptos deben tomarse con cuidado, ya que  podemos decir que el recuerdo no libera, sino que mantiene lo que era antes algo. Sin embargo, ese antes es el hombre apolíneo. Hay que recurrir a la memoria y el olvido para alcanzar al ultra-hombre. 

Es complicada la relación entre ambos conceptos. Nietzsche los utiliza a lo largo de su obra de manera directa o implícita. Ese recurso a los conceptos no es un juego. Hay que alimentar el lenguaje para decir cosa nuevas. En este sentido el eterno retorno es un concepto nuevo que devora la garganta (Nietzsche, 2003:230). Es un no poder decir el concepto porque no se tiene, porque no hay lenguaje para engendrarlo. En ese no haber lenguaje se transgrede algo, se transvalora algo, se genera lo nuevo, se olvida un concepto viejo y se crea uno nuevo. En ese mecanismo se recurre al olvido. Hay que cortar todo de una mera vez y comprender lo que se ha realizado, comprenderlo para engendrar de nuevo.   

Entre Apolo y Dionisos no existe tregua. La muerte de Dios es la del límite. El olvido es llegar al límite. La memoria es traspasarlos. Entonces se nos voltean los términos. En relación a la muerte de Dios el sentido es lo que ha muerto, el nihilismo del ser ha llegado y triunfado. El dios que ha muerto es el dios del sentido, lo que ha dado sentido a la vida occidental durante milenios. Es la muerte del sentido, la muerte del horizonte que nos daba luz. Es la Grecia que se ha perdido. 

Conclusiones parciales 

Vimos a grandes rasgos la caracterización de los conceptos de memoria, olvido y la relación entre eterno retorno y voluntad de poder. La memoria es una herramienta que permite retomar lo pasado, el olvido una fuerza activa que permite vivir, el eterno retorno señala la posibilidad del pasado y el estatismo del futuro, un regreso constante a la memoria de lo dionisiaco, la voluntad de poder es la vida, el mundo. 

La famosa frase de Nietzsche es interpretada como la muerte del sentido mismo de las cosas, una muerte del significado que termina acabando todo. Sin embargo, es donde memoria y olvido se abrazan, ni lo uno ni lo otro pueden subsistir. En la muerte del sentido es donde se recurre al eterno retorno de lo mismo y en donde se da la oportunidad de la creatividad, de ejercer la transvaloración. 

Lo que ha dado sentido a la vida occidental ha muerto. Y digo con Nietzsche que el Dios que ha muerto es la memoria y ha muerto por el olvido. Ante ello nos queda hacer nuevas todas las cosas.

Referencias bibliográficas

Fink, Eugene. La filosofía de Nietzsche. Madrid: Alianza, 2000.

Heidegger, Martin. Caminos de bosque. Madrid: Alianza, 2010.

Martínez Marzoa, Felipe. Historia de la filosofía II. Madrid: Istmo, 2003.

Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza, 2003.

 Consideraciones intempestivas. Madrid: Aguilar, 1932.

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