Miguel Huerta
La lectura no es nada más un acto de consumo cultural, es también un diálogo silencioso entre la conciencia individual y las voces del mundo.
En una era dominada por la productividad, donde hasta el ocio se mide en «libros leídos al año», reclamar estos derechos es un acto de resistencia contra la tiranía del deber ser. He aquí una defensa filosófica de la autonomía lectora, basada en los principios de Daniel Pennac (Como una novela):
Derecho a no leer: La rebelión contra el canon
No leer por obligación es un gesto de integridad intelectual. Rechazar lo que resuena con nuestra vida e identidad es honrar la autenticidad y la verdad frente a los mandatos culturales.
En la actualidad la sociedad nos impone listas de “libros que hay que leer”, pero no olvidemos que la verdad también nace de la elección, no de la sumisión.
Derecho a saltar páginas
Saltar páginas no es pereza, sino discernimiento. Ante ello reafirmamos que nuestra mente no es territorio colonizable, pues elegir qué aprender, qué conocimientos absorber, qué información aprovechar a través de la lectura es también un acto político.
Derecho a no terminar un libro: El fracaso como libertad
Los existencialistas y anarquistas franceses nos enseñaron que las personas rebeldes son las que dicen “no” cuando es necesario. En este sentido abandonar un libro es abrir la puerta también a la creatividad, a aquello que nos conmueve y motiva. Por ello, la necesidad de no malgastar el tiempo en algo que no nos impulsa o apasiona.
Derecho a releer: Alcanzar la sabiduría
«No se baña uno dos veces en el mismo río», decía Heráclito, pero al releer, el río nos baña de nuevas formas. Cada relectura es un espejo de nuestro crecimiento, pues lo que hoy nos parece trivial, mañana puede ser revelación. La relectura nos impulsa a encontrar otro aspecto de la verdad, otros caminos que en un primer momento no vislumbramos.
Derecho a leer cualquier cosa: Contra el elitismo cultural
Desde Homero hasta el manga, todo texto es un síntoma de lo humano. El sociólogo francés Pierre Bourdieu denunció cómo el «capital cultural» se usa para segregar, pero la literatura no tiene jerarquías sagradas.
Leer un cómic o una novela romántica es tan válido como estudiar a Kant, Butler o Beuchot: el placer también es conocimiento, y el deseo, un criterio legítimo.
Palabras finales: La lectura como práctica de la libertad
Decía Heráclito, ese gran filósofo antiguo, que “no se baña uno dos veces en el mismo río”. Al aplicar este principio a la relectura decimos que ese acto de volver a un mismo lugar nos da cosas nuevas, nuevos aprendizajes, nuevas experiencias y perspectivas.
Cada lectura es un espejo de nuestro propio pensamiento, el cual crece, se expande y se mueve constantemente sin freno, y frente al dogma.
¡Leamos por siempre!
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