Miguel Huerta
La violencia no es sólo un estallido de armas; es un lenguaje. Y como todo lenguaje, necesita ser interpretado. Este es el fondo de todo lenguaje, sea narrativo, visual o cualquier otro. Y esto es claro en la película que hoy pensamos.
Guerra Civil (2024), dirigida por Alex Garland, nos coloca en una distopía tan cercana que parece un espejo roto de nuestro presente: Estados Unidos, dividido por facciones armadas, reducido a ruinas y enfrentamientos fratricidas. Pero más allá del espectáculo bélico, Garland construye un relato sobre el poder de mirar y narrar en medio del caos. ¿Cómo podemos actuar ante nuestro presente?

La guerra como reflejo humano
La trama sigue a un grupo de periodistas —entre ellos Lee (Kirsten Dunst), Joel (Wagner Moura), Sammy (Stephen McKinley Henderson) y la joven aspirante Jessie (Cailee Spaeny)— que atraviesan un país en ruinas buscando llegar a Washington para entrevistar al presidente en sus últimos días de poder. El viaje además de físico se vuelve una peregrinación hacia el corazón mismo de la violencia. Un viaje lleno de incertidumbre, violencia, fuera de la ley, agobiante, desolador y ante todo mortal.

Hannah Arendt (1906-1975) en Sobre la violencia nos advirtió que toda violencia surge cuando el poder se desmorona y pierde legitimidad. Eso es lo que vemos en la película: un país incapaz de sostener el consenso comunitario y democrático mínimo que lo mantenía unido, donde cada uno de los bandos imponen su fuerza porque han perdido autoridad moral. La guerra civil no es sólo política: es cultural, es íntima, es la ruptura del tejido de confianza que sostiene a una comunidad, es una guerra al interior del hogar.
Los periodistas como testigos y cómplices
Lee, la fotógrafa, representa el dilema del periodismo frente a la barbarie: documentar sin intervenir, mirar sin salvar. Susan Sontag, en Ante el dolor de los demás, escribió que las imágenes de guerra nunca son inocentes, que mirar es ya una forma de actuar. Así, la cámara de Lee congela instantes que son a la vez denuncia y distancia, arte y neutralidad mortal.

La joven Jessie, en cambio, encarna la fascinación peligrosa por la guerra: la sed de testimoniar, y también la atracción estética hacia el desastre, aunque en un momento del recorrido ella se inmuta y paraliza ante la violencia que presencia. Su aprendizaje es brutal: entender que cada fotografía roba un fragmento de vida que jamás se devolverá.
La ética en el mirar
Michel Foucault (1926-1984) señaló que todo conflicto es, en el fondo, una disputa por el control de los cuerpos y de los discursos. En Guerra Civil, el combate es ampliamente peleado por narrativas: quién contará lo sucedido, quién decidirá qué fue “la verdad” de esta guerra, quién se quedará con la primicia, quién podrá llegar a la verdad del horror y el caos.

La película nos obliga a preguntarnos: ¿qué significa mirar la violencia y no hacer nada? ¿Es la labor del periodista una forma de resistencia o de complicidad? La misión de entrevistar al moribundo presidente en sus últimas horas es también una batalla simbólica: ¿quién escribe la historia, los vencedores o los que observaron hasta el final?

Las fotos de Lee y Jessie se inscriben en esa tensión: son testimonio y, al mismo tiempo, son parte del engranaje que convierte la guerra en relato, y el relato en memoria.
Por otro lado, la voz sensata en toda la narrativa se encarna en Sammy, el viejo periodista que muere. Sammy es la voz de la razón en medio del caos, el sentido común frente a la barbarie. Su personificación nos muestra que en el complejo horizonte del conflicto cualquier atisbo de orden y tranquilidad está destinado a perecer en algún momento.
Conclusión: el eco del presente
Guerra Civil es una advertencia sobre la fragilidad de cualquier comunidad cuando el diálogo muere y el poder se reduce al fusil. Garland no ofrece respuestas fáciles; nos coloca como espectadorxs incómodxs, tal como los periodistas de su historia. Mirar es inevitable. La cuestión ética es qué hacemos después de mirar.
Aunque la película sigue el camino de un grupo de periodistas, es también una representación social de la comunidad que desea luz al final del túnel, que busca respuestas para comprender la realidad y asumir su parte en ella.