Opinión. Ventas de biblias, ¿espejismo del renacer religioso?

Miguel Huerta

Me llamó la atención un mensaje reciente de la cuenta @BRICSinfo en X (antes Twitter), en el cual se afirmaba que el cristianismo está experimentando un notable crecimiento en Estados Unidos, respaldado por un supuesto aumento del 41,6% en la venta de biblias desde 2022. Sin embargo, al contrastar esta información con estudios globales y datos de organismos como el Pew Research Center, Circana Bookscan y el World Christian Database, surge una realidad muy diferente.

Tuit publicado por @BRICSinfo el 15 de octubre de 2025

A nivel mundial, el cristianismo mantiene su vitalidad principalmente en el Sur Global —especialmente en África subsahariana y Asia—, donde el crecimiento se debe más al aumento demográfico y a la intensidad comunitaria que al consumo de biblias.

Por el contrario, en Occidente, incluido Estados Unidos, los indicadores reflejan un declive constante en la identificación religiosa y en la práctica habitual, a pesar de posibles repuntes puntuales en la venta de textos sagrados. La cifra del 41,6% no se corrobora en informes generales y parece responder más a un fenómeno temporal, ligado a contextos de crisis o a campañas publicitarias, que a un auténtico resurgimiento espiritual.

Esta divergencia entre el dato comercial y la realidad sociorreligiosa nos invita a una reflexión más profunda. ¿Representa el aumento en la compra de biblias un verdadero despertar de la fe, o responde más bien a lo que podríamos llamar “el consuelo del objeto” en la era secular?

En sociedades cada vez más desinstitucionalizadas y marcadas por la incertidumbre —desde la pandemia hasta la inteligencia artificial, la crisis climática y los conflictos geopolíticos—, los símbolos tradicionales recuperan valor no necesariamente como fuentes de doctrina, sino como anclas identitarias. La biblia, en este contexto, puede estar funcionando menos como un texto leído y vivido en comunidad, y más como un artefacto cultural, un amuleto moderno contra el vacío de sentido. No se trata tanto de un retorno a Dios, cuanto de la búsqueda de certidumbre en un mundo que ha perdido sus narrativas originarias.

Mientras que en algunas regiones del planeta la religión se encarna en lo colectivo y lo ritual, en Occidente asistimos a su transformación en experiencia íntima, frecuentemente desconectada de instituciones y dogmas. La espiritualidad deviene en bien de consumo: un producto que se compra, se exhibe o se guarda, pero no necesariamente se practica. Por supuesto, esto se ajusta únicamente al cristianismo, ya que el Islam está creciendo más rápido a nivel mundial.

La paradoja es evidente: crece el mercado de lo sagrado, pero se desvanece su influencia social. Las estadísticas, en este sentido, pueden engañarnos. Detrás de un pico en ventas no hay siempre un renacer de la fe, sino a veces su última metamorfosis: la conversión de lo sagrado en souvenir existencial. La pregunta que debemos hacernos, entonces, no es si se venden más biblias, sino qué hacemos con ellas: ¿las leemos como palabra viva, o las colocamos en la estantería como testigos mudos de una búsqueda que no nos atrevemos a nombrar?

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