Miguel Huerta
En el corazón de The Black Phone (2021), la aclamada película de Scott Derrickson, yace una potente metáfora existencial: el sótano. No es únicamente un escenario de terror, sino la representación física de un estado del ser: la absoluta vulnerabilidad.
Analizar esta obra, junto con el cuento de Joe Hill que la inspira, nos permite adentrarnos en una reflexión sobre la resistencia humana y cómo la ética se desdibuja cuando la inocencia es confrontada con el sadismo puro, mediado por un puente sobrenatural.
La historia se desarrolla en un suburbio de Denver de 1978. Finney Blake, un tímido niño de 13 años, se convierte en la última víctima de «The Grabber», un siniestro infanticida. Finney fespierta en un sótano aislado donde sólo encuentra un colchón, un retrete y un teléfono negro desconectado. Pronto descubre que este teléfono transmite las voces de las víctimas anteriores del Cazador. Estos fantasmas le ofrecen pistas y consejos para escapar. Mientras tanto, en el exterior, su hermana Gwen, dotada de sueños premonitorios, lucha contra el escepticismo policial y la oposición de su violento padre para encontrar a su hermano.
La película alterna entre la desesperada lucha de Finney por sobrevivir y la determinación de Gwen, cuyas visiones pueden ser la clave del misterio.

La vulnerabilidad infantil: ética del poder desnudo
El secuestro de Finney Blake expone la relación más cruda de poder: la del adulto depredador sobre el niño indefenso. «The Grabber» (El Cazador) encarna un sadismo que no busca un beneficio material, sino la gratificación del dominio absoluto. Su máscara, que cambia de expresión, es un símbolo perfecto de la despersonalización del mal; no es un hombre, es una fuerza abstracta de crueldad.

Frente a esto, la película expande brillantemente la respuesta del cuento. En la obra de Hill, la hermana es un apoyo intuitivo. En el film, Gwen se convierte en la contraparte ética y activa. Mientras Finney está atrapado en la vulnerabilidad física, Gwen lucha contra la vulnerabilidad impuesta por un sistema adulto que desoye lo intangible (sus visiones, su intuición). Su padre, un adulto a su vez vulnerado por el dolor de la pérdida, representa la falla del mundo adulto: su autoridad, en lugar de proteger, oprime y niega.
La película nos muestra así dos caras de la adultez: la del depredador sádico y la del protector fallido, dejando a las infancias atrapadas en el medio.
Lo sobrenatural como una ética de la solidaridad
Aquí es donde la premisa sobrenatural trasciende el mero recurso de terror para convertirse en un postulado ético profundo. El teléfono negro no es un instrumento de tortura, sino un canal de solidaridad post-mortem. Las víctimas anteriores de “El Cazador” no buscan venganza en el sentido clásico; buscan, colectivamente, evitar que su destino se repita.

Desde la mirada filosófica, el teléfono representa la transmisión de la experiencia del sufrimiento. Cada fantasma le pasa a Finney una lección aprendida en el fracaso: «no te duermas», «destapa la cerradura», «golpéale aquí». Esta es una ética de la comunidad frente al individualismo del verdugo.
El sadismo de “El Cazador” es un acto de aislamiento y fragmentación. La resistencia, encarnada por el teléfono, es un acto de conexión y memoria colectiva. Lo sobrenatural se convierte así en el único recurso posible para la justicia y la supervivencia, allí donde el mundo racional y adulto ha fracasado por completo.
La transformación ética: de víctima a agente moral
Tanto en el cuento como en la película, el arco de Finney es una travesía ética. Comienza como un niño que sufre acoso escolar, es decir, Finney ya es vulnerable en su mundo cotidiano. El sótano es la máxima expresión de esa condición. Sin embargo, guiado por las voces de los demás, su vulnerabilidad no se anula, sino que se transforma.

Deja de ser el objeto pasivo del sadismo de “El Cazador” para convertirse en un sujeto activo que utiliza el conocimiento heredado para tomar decisiones. Ya no reacciona solo con miedo; actúa con estrategia. Esta evolución plantea una pregunta crucial: ¿la fuerza moral nace de la inocencia intacta o se forja en la confrontación con el mal más abyecto? The Black Phone sugiere lo segundo. La ética de Finney no es la de un código abstracto, sino la de la supervivencia informada por la compasión hacia quienes lo precedieron.
Conclusión: el eco en el sótano
The Black Phone logra lo que el mejor terror puede aspirar a hacer: usar lo sobrenatural y lo siniestro para iluminar verdades profundas sobre la condición humana. Nos presenta un mundo donde la adultez ha fallado en su función ética fundamental -la protección- y donde el sadismo más puro sólo puede ser confrontado mediante la solidaridad más desesperada, incluso si ésta debe llegar desde más allá de la tumba.
La película, al profundizar en el personaje de Gwen y en la transformación de Finney, va un paso más allá del cuento para afirmar que, en la oscuridad del sótano, lo último que se extingue no es la vida, sino el vínculo entre los más vulnerables. El teléfono no suena con amenazas, sino con un mensaje de esperanza radical: que nadie, ni siquiera en la situación más absolutamente desamparada, está verdaderamente solo. Su eco es un recordatorio de que la comunidad y la memoria compartida son los antídotos más poderosos contra la tiranía del sadismo y el aislamiento.