Miguel Huerta
Playball: el eco de un grito de victoria
El grito de victoria por Dodgers en la reciente Serie Mundial 2025 aún resuena en mis oídos. Mi equipo favorito se corona bicampeón. En el éxtasis de la victoria, sin embargo, mi mente no se queda en la celebración, sino que retrocede a esos instantes de tensión absoluta, a ese lanzamiento que pudo haber sido un jonrón, a esa bola que pudo haber escapado y envasado al equipo rival. Porque el béisbol, más que ningún otro deporte, es un reflejo cruel y hermoso de la vida misma. Nos enseña, sobre todas las cosas, que la posibilidad del error es la sombra que da valor a cada acierto.

El error inmortal: la inmanencia de la falla
A diferencia de deportes de flujo continuo como el fútbol o el baloncesto, donde un error puede quedar diluido en la siguiente posesión, el béisbol tiene una cualidad teatral y definitiva.
Cada pichada y jugada son un acto único, un evento discreto cargado de un potencial catastrófico y dramático. Un jardinero que calcula mal un fly, un lanzador que deja una recta en el centro del plato, un corredor que se descuida una fracción de segundo… la consecuencia no es un «bueno, ahora empatamos», sino a menudo un punto que queda grabado en la pizarra para siempre. Ese error es indeleble. Se convierte en parte de la historia irreversible del juego.
En filosofía esto se asemeja a la concepción existencialista de nuestras elecciones. Jean-Paul Sartre hablaba de que estamos «condenados a ser libres». Cada acción que tomamos define quiénes somos y no hay un «fuera de juego» donde escapar de esa responsabilidad. En el béisbol, como en la vida, no puedes pedir un «replay» de una jugada y decisión tomada en caliente. El error, como un mal paso en la vida, se convierte en un hecho existencial: ¡ocurrió y ya, ahora jódete! El resto del juego —o de nuestra vida— se juega a partir de ese punto de quiebre.

La red y el equipo: responsabilidad colectiva ante el fracaso individual
Pero aquí reside una de las lecciones más profundas. Aunque el error sea inmanente e individual, sus consecuencias son absolutamente colectivas. El lanzador que permite el jonrón decisivo carga con la culpa en sus hombros, el jardinero que deja pasar la pelota se vuelve el abucheado, pero es el equipo entero el que pierde el juego. No hay escapatoria individualista.

Esto nos lleva a una reflexión sobre la ética comunitaria. La vida no es un deporte individual. Nuestras acciones, nuestros «errores en el campo», afectan inevitablemente a nuestra red de relaciones: familia, amistades, vecinos, compañeros y compañeras en cualquier ambiente vital. Un error financiero, una palabra hiriente, una oportunidad desaprovechada, son como esa bola mal fildeada que permite anotar la carrera del empate, del gane o la pérdida.
El peso moral puede ser personal, pero la consecuencia se comparte. La grandeza de un equipo, y de una comunidad, no está en no fallar nunca, sino en cómo se levanta para apoyar a quien falló y cómo, colectivamente, intenta remontar el partido.
La pizarra final: la tiranía del resultado vs. la belleza del proceso
La sociedad, como el marcador de un partido, es tiránica con los resultados. Sólo recuerda al ganador. Pero cualquier verdadero fan del béisbol sabe que la esencia del juego no está sólo en la victoria final, sino en la infinita cadena de duelos microscópicos: el lanzador vs. el bateador, el corredor vs. la pelota, la estrategia vs. la intuición.
Esta es una lección estoica. Los estoicos enseñaban a concentrarse en lo que está bajo nuestro control (nuestro esfuerzo, nuestra preparación, nuestra actitud) y a aceptar con ecuanimidad el resultado final, que siempre depende de factores externos.
Podemos hacer el swing perfecto y conectar la bola con toda nuestra fuerza, sólo para que el jardinero realice una atrapada que parecía imposible. ¿Fue un fracaso? Sólo en el resultado. En el proceso, nuestra acción fue impecable. La vida es igual: podemos obrar con la mejor intención, con la óptima preparación y la mayor dedicación, y aun así «perder el partido».
El béisbol es emocionante y dramático. Nos enseña a planear, a pensar, a discernir. Nos enseña la resiliencia y a aceptar nuestros errores y aciertos. A disfrutar de la victoria sin aplastar al contrario. A saber perder y ganar. A ganar con el equipo y a perder con el equipo. Fuera de los grandes contratos financieros y de marca, el béisbol se llena de gala por encima de todo.

A disfrutar de este maravilloso deporte y a seguir jugando el juego de la vida hasta el out 27. Nos lo merecemos, pues esto no se acaba hasta que se acaba.
¡Viva el béisbol! ¡Viva la vida!