Miguel Huerta
La película, un espejo incómodo
Más que una simple comedia sobre un cometa asesino, No mires arriba (2021) funciona como un profundo y desgarrador espejo de nuestra época. La película de Adam McKay trasciende la sátira para convertirse en un tratado urgente sobre cómo la sociedad contemporánea, hiperconectada y sobreinformada, elige la comodidad de la ficción frente a la incomodidad de la verdad. Este análisis desglosa los ejes filosóficos y sociales que la convierten en un documento visual esencial para entender la ética del siglo XXI.

En la película una estudiante de astronomía y su profesor descubren un cometa gigantesco que va directo hacia la Tierra y la destruirá en pocos meses; cuando tratan de advertir al gobierno y a los medios, se topan con una presidenta más preocupada por su popularidad, empresarios que sólo ven una oportunidad de negocio y una sociedad distraída por el espectáculo y las redes sociales, de modo que el cometa funciona como metáfora de crisis reales (como el cambio climático o las pandemias, curiosamente negados por la derecha política y los grandes conglomerados) y la película critica, con humor negro, la desinformación, la polarización política y la incapacidad colectiva para tomar en serio las advertencias de la ciencia, incluso cuando el fin del mundo es inminente.
La crisis del conocimiento: ¿dónde se esconde la verdad?
En el corazón de la trama late una profunda crisis epistemológica, la rama de la filosofía que se pregunta cómo sabemos lo que sabemos. La película enfrenta dos formas de conocimiento irreconciliables: el método científico, representado por la evidencia irrefutable de Kate (Jennifer Lawrence) y el Dr. Mindy (Leonardo DiCaprio), contra las narrativas de conveniencia de políticos, medios y gurús tecnológicos. Asistimos al triunfo de la posverdad, donde los hechos objetivos pierden todo valor frente a las emociones y creencias.
El movimiento social “No miren arriba” que aparece en la película no es una postura racional, sino una identidad cultural y social que se define en sintonía con una “élite” conservadora y que oculta la verdad. Este conflicto nos obliga a preguntarnos en quién confiamos para conocer el mundo: ¿en los datos y expertos, o en lo que nuestro grupo social y los algoritmos nos dicen que sentimos?
Ética en conflicto: ¿quién salva el bien común?
La película es un campo de batalla donde chocan diferentes sistemas morales, mostrando la perversión de la responsabilidad. Peter Isherwell encarna un utilitarismo corrupto; su plan no busca «el mayor bien para el mayor número», sino maximizar la utilidad para su corporación. Para él, el fin de extraer minerales raros y datos justifica el medio de jugar a la ruleta rusa con la humanidad.

Por otro lado, la Presidenta Orlean (Meryl Streep) y su equipo operan bajo un egoísmo radical donde su única brújula es la supervivencia política y el beneficio personal, dejando el bien común como una mera casualidad.
Frente a esto, el viaje del Dr. Mindy representa la lucha de la ética del deber contra la apatía social. Su famoso arrebato en televisión es el grito desesperado de quien intenta cumplir con su responsabilidad en un mundo que le pide que se calle y sonría.
La sociedad del espectáculo: banalizando el apocalipsis y encontrar sentido en el absurdo
La película materializa la teoría del filósofo Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», donde la vida auténtica es reemplazada por su representación. La noticia más crucial de la historia humana se reduce a un segmento frívolo entre un escándalo de famosos y un consejo de estilo. El mal ya no es dramático, sino banal. La película sugiere que estamos tan intoxicados de entretenimiento que hemos perdido la capacidad de distinguir una crisis real de un contenido más para consumir y olvidar. El apocalipsis, en nuestra era, viene con un jingle pegadizo y se debate con una sonrisa forzada, mostrando cómo la profundidad de la tragedia se disuelve en la superficialidad del espectáculo.
El desenlace de la película es una poderosa declaración existencialista, reminiscente de las ideas de Albert Camus. Frente al fracaso total y al sinsentido absoluto de haber hecho todo lo correcto y aun así haber fallado, los protagonistas no se rinden a la desesperación. En su última cena, eligen crear significado de forma auténtica: compartiendo comida, conversación y humanidad. Es un acto de rebelión puro. Como Sísifo encontrando felicidad en empujar su roca, ellos encuentran paz en la conexión humana, no en el éxito de su misión. Es la victoria del ser sobre el tener y el hacer.

La huida final de los superricos para repetir el ciclo en otro planeta es la crítica más mordaz: los sistemas de poder que nos llevan al abismo son inherentemente incapaces de aprender, porque su lógica no es la supervivencia, sino la acumulación.
Conclusión: la llamada a «mirar hacia arriba»
No mires arriba es, en última instancia, una película sobre la conciencia. Su mensaje más urgente es una llamada a despertar de nuestro letargo digital y político. Filosóficamente, nos desafía a reevaluar nuestras fuentes de conocimiento y a defender la razón frente a la opinión. Nos exige reclamar una ética del bien común que priorice la supervivencia colectiva sobre el beneficio privado. Nos reta a rechazar la banalización y a recuperar nuestra capacidad de asombro y preocupación genuina.
Y, por último, nos recuerda la necesidad de encontrar significado auténtico en nuestras relaciones, incluso cuando el mundo exterior se vuelve absurdo. El cometa es una metáfora de toda crisis incómoda que elegimos ignorar. «Mirar hacia arriba», hacia el problema o realidad que nos puede destruir se convierte, así, en el acto más radical y ético posible: elegir enfrentar la realidad y actuar, con la esperanza de que no sea demasiado tarde.
La pregunta final queda resonando: ¿nuestra sociedad tendrá el valor de hacerlo?