Día Mundial de la Lucha contra el SIDA: un llamado ético a la conciencia global

Miguel Huerta

Cada 1 de diciembre, el mundo conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA, una fecha proclamada en 1988 por la Organización Mundial de la Salud para sensibilizar sobre la epidemia del VIH/SIDA y honrar a quienes viven o han sido afectados por esta condición. Este día es mucho más que un acto simbólico; es un imperativo ético que interpela a la humanidad a reflexionar sobre la justicia social, el derecho a la salud y la solidaridad global frente a un problema que, a pesar de los avances científicos, sigue cobrando vidas y generando estigmas profundos.

A nivel mundial, las cifras siguen siendo alarmantes. Para finales de 2024, más de 40 millones de personas vivían con VIH, con 1.3 millones de nuevas infecciones y alrededor de 630,000 muertes relacionadas con el SIDA en ese año. Aunque en la última década se ha logrado una reducción significativa en nuevas infecciones y muertes: un descenso del 40% y 54% respectivamente; la meta de erradicar esta epidemia está aún lejos. Estos números evidencian un fracaso colectivo no sólo en términos médicos, sino también éticos, sociales y políticos. La distribución desigual de recursos, el acceso limitado a tratamientos, y los prejuicios asociados al virus vulneran la dignidad humana y perpetúan la exclusión.

En México, la problemática adquiere características particulares, con un repunte histórico en 2025 que supera los registros del año anterior. Más de 15,000 nuevos casos han sido diagnosticados en menos de un año, y se calcula que una quinta parte de las personas que viven con VIH desconocen su estado.

Esta situación no sólo desafía a los sistemas de salud a intensificar sus esfuerzos de detección y tratamiento, sino también a la sociedad mexicana a confrontar sus prejuicios y a asumir una responsabilidad ética colectiva. La salud, entendida como un derecho fundamental, debe servir como punto de partida para estrategias de inclusión, educación y reducción del estigma, pilares esenciales para una ética de la compasión y el respeto.

Filosóficamente, el SIDA nos confronta con varios debates cruciales: la relación entre el individuo y la comunidad, la justicia distributiva en el acceso a los servicios sanitarios, y la ética del cuidado en contextos de vulnerabilidad. La persistencia de esta epidemia resalta la necesidad de un compromiso renovado con los derechos humanos y una ética que trascienda el asistencialismo para abordar las raíces estructurales que la perpetúan, como la desigualdad social y la discriminación.

El símbolo del lazo rojo no es un adorno; es una promesa ética de solidaridad. En un mundo hiperindividualista, el VIH/sida nos recuerda nuestra interdependencia. La salud de uno está vinculada a la salud de todos y todas.

Una ética más profunda, inspirada en pensadores como Emmanuel Levinas, nos llama a ver en el «rostro del Otro», en este caso, de la persona que vive con VIH, una responsabilidad infinita. No es un cálculo de beneficios, sino un llamado ético primordial a responder, a cuidar, a no dar la espalda. Las campañas del Día Mundial, con temas como «llegar a cero» o «acción colectiva», apelan precisamente a esta responsabilidad compartida. Pasar de la indiferencia a la acción colectiva es el salto moral que necesitamos.

En conclusión, el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA es un llamado ético que requiere que las sociedades actúen con justicia, empatía y coherencia para garantizar que los avances médicos se traduzcan en bienestar real para todas las personas. La reflexión filosófica y ética sobre esta problemática no sólo enriquece el debate público, sino que es indispensable para fomentar una cultura de respeto y cuidado mutuo frente a una crisis aún vigente y profundamente humana.

Es un día para honrar a quienes han fallecido, sí, pero también para renovar nuestro compromiso con los vivos: compromiso con la justicia en el acceso a la salud, con la lucha contra toda forma de discriminación y con la construcción de una sociedad donde la solidaridad no sea un eslogan, sino una práctica cotidiana.

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