Miguel Huerta
“Mientras respiremos, mientras sigamos entre los hombres, cultivemos los sentimientos humanos.”
Séneca, De la cólera (III, 43, 5)
En el silencio fracturado de los bombardeos, en el éxodo interminable de familias que cargan con sus vidas en una maleta, surge el grito palestino y se esconde una pregunta que como humanidad no podemos evitar: ¿dónde se traza la línea final entre la legítima defensa y la aniquilación desproporcionada?

Lo que ocurre en Palestina no es sólo un conflicto geopolítico. Es el espejo más crudo de nuestra incapacidad para universalizar el principio kantiano: tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio.
Desde una mirada ética, la cuestión palestina desnuda la hipocresía de los derechos humanos condicionados. Pareciera existir un inconsciente colectivo, alimentado por narrativas mediáticas y sesgos históricos, que acepta que ciertos cuerpos, ciertos dolores, ciertas infancias, valen menos. La lógica hegemónica opera una deshumanización sutil pero eficaz: el “terrorista” anula al padre, el “colonizador” borra a la madre que llora. Hannah Arendt (1906-1975), pensadora alemana y judía, nos alertó sobre la banalidad del mal, sobre cómo la maquinaria burocrática y militar puede vaciar de contenido moral el acto de destruir vidas, convirtiéndolo en una mera operación logística.
Hoy, vemos esa banalidad en la frialdad con que se contabilizan bajas civiles como “daños colaterales” necesarios.
Socialmente, hemos normalizado la asimetría. Un muro no es puro concreto; es la materialización de una ética de la separación. Los asentamientos ilegales sionistas y el genocidio efectuado por los militares se han convertido en la encarnación territorial de la idea de que un pueblo tiene más derecho a existir que otro.
Hegel hablaba de la dialéctica del amo y el esclavo, esa lucha por el reconocimiento mutuo sin la cual no hay libertad verdadera. Palestina es la manifestación más dramática de una lucha donde una parte se niega sistemáticamente a reconocer la humanidad plena de la otra, creyendo que su seguridad se puede construir sobre la inseguridad absoluta del otro. Es una ecuación éticamente imposible.
La justicia, nos enseñaron los filósofos ilustrados, debe ser ciega. Sin embargo, en este conflicto, la justicia internacional parece tener la vista nublada por intereses geopolíticos y económicos. La opinión de la gran mayoría de gobiernos de países occidentales legitima a un gobierno israelí y a sus políticas de ocupación y exterminio. Es un ejemplo sistemático del mal manejo del poder, lo que, de forma interesada, oculta una realidad. Este sofisma no es intelectualmente deshonesto, sino que trivializa el verdadero antisemitismo y, a la vez, silencia el derecho a denunciar un sufrimiento que es palpable y documentado.
En este sentido, la ética exige precisión conceptual: condenar un proyecto de ocupación y colonialismo no es odiar a un pueblo; es defender los principios universales que dicen que ningún pueblo está por encima de otro; es buscar y defender una vida digna para todo pueblo y comunidad.

Finalmente, esto trasciende a Palestina e Israel. Nos interpela a todos y todas, espectadores globalizados y digitales. Nuestra complicidad silenciosa, nuestra fatiga ante el conflicto, nuestro “es muy complejo” como excusa para la inacción, son también un juicio moral.
Emmanuel Lévinas (1906-1995) planteaba que el rostro del Otro/Otra nos impone una responsabilidad infinita e ineludible. Los rostros de las infancias palestinas bajo los escombros, como el de cualquier niño y niña secuestrado, nos interpela y nos exige que no miremos hacia otro lado. La verdadera conciencia no nace de elegir un bando, sino de comprender que cuando la humanidad de un grupo es negada sistemáticamente, la humanidad de todos queda irrevocablemente disminuida. La paz no será el silencio de las armas, sino el sonido, aún lejano, del reconocimiento mutuo. Sin embargo, a veces no vemos ni oímos ni decimos algo a favor del reconocimiento.
Sigamos luchando por todo pueblo y comunidad del mundo que pide libertad, vida digna, futuro, y no retiremos los ojos de Palestina y de cualquier otro lugar (Líbano, Cisjordania, Siria, Sahara, Yemen, entre otros muchos más) que esté padeciendo el mal a manos del poderoso.
¡Palestina libre!
Free Palestine!